✏ Laura Parra López - Maestra primaria y asesora LIC
Si tenemos en cuenta que, como dicen las estadísticas, uno de cada siete niños o niñas de nuestra sociedad no comprende lo que lee, es normal que se disparen las alarmas y que las personas adultas que trabajamos o cuidamos de niños y niñas en edad escolar nos preguntemos qué hay que hacer. Si vivimos en una sociedad donde la oferta literaria es muy rica y casi siempre al alcance de todo el mundo, ¿cómo es posible que todavía nos encontremos a niños y niñas con tantas dificultades para leer fluidamente y, además, tener una buena comprensión lectora?
La Fundació Bofill ya hace años que trabaja con el objetivo de revertir estas cifras con programas como LECXIT o el acompañamiento a familias, pero sin duda hace falta que todas y todos nosotros hagamos una reflexión sobre cómo trabajamos la lectura y cómo podemos mejorar esta tarea que parece que no acaba teniendo el éxito que esperamos.
Primero de todo tenemos que tener en cuenta que nos enfrentamos a una carrera de fondo. Hay criaturas que ya están motivadas por leer, pero pensemos en todas aquellas que necesitan un buen acompañamiento.
Desde las escuelas, ya hace años que el Plan lector de Centro se ha convertido en una prioridad y que, si está bien diseñado y en revisión constante, puede convertirse en una herramienta muy poderosa en el fomento de la lectura. Este plan suele reservar una franja diaria del horario para la lectura individual y otras formas de dinamización lectora, pero hace falta que no se desvanezca entre temas urgentes o carencia de tiempo y, además, es muy importante que los docentes reciban formación y se asesoren sobre cómo poder sacar el máximo partido a estos momentos. Si la lectura es la base de muchos aprendizajes y la herramienta básica en todas las áreas, hace falta trabajarla sistemáticamente, y la primera motivación tiene que venir del docente que la imparte. Un educador tiene que hablar de los libros con pasión, hace falta que en los momentos de lectura el docente también lea porque, si cada niño o niña tiene un libro, el docente no puede estar preparando material para la siguiente clase u organizando la mesa. Los niños y niñas necesitan referentes lectores y, si el docente no lee, entonces tiene que interesarse por las lecturas del alumnado. Tiene que pasearse entre los niños y niñas, mirar, preguntarles sobre lo que están leyendo, sobre los autores o autoras, el género… Además, es importantísimo que, tanto en casa como en la escuela, el espacio dedicado a la lectura sea cálido y atractivo.
Si la lectura es la base de muchos aprendizajes y la herramienta básica en todas las áreas, hace falta trabajarla sistemáticamente.
También es muy importante que la biblioteca de casa y la del aula sea rica, variada y, sobre todo, actual. A todos nos gusta trabajar los clásicos de la literatura infantil, pero no olvidemos que vivimos en un mundo que va muy rápido y donde imperan las modas fugaces. Nos interesa, pues, tener las últimas novedades y, si puede ser, leerlas antes que los niños y niñas para poder motivarlos y poder conversar con ellos. Un adulto tendría que leer lecturas del nivel del niño o niña a quien acompaña, porque hablar de la lectura es casi tan importante como el acto de leer: crear debate, preguntar opiniones, compartir emociones que nos ha provocado ese libro, hablar de los personajes… Es en estas conversaciones cuando podemos trabajar las estrategias de la lectura. Charlando con los niños y niñas, podemos ver si han sido capaces de hacer predicciones y comprobarlas, de inferir significados ocultos entre líneas, de visualizar momentos de lectura, de resumir los argumentos, de relacionarlo con lecturas anteriores, de hacerse preguntas sobre el texto o sobre aspectos que no salen en el libro, pero les ha generado curiosidad, etc.
Hablemos ahora de un tema que genera controversia y que tiene, me atrevería a decir, tantos defensores como detractores: ¿La lectura tiene que ser impuesta?
Lo primero que me viene a la mente es la cita del escritor argentino Jorge Luis Borges: el verbo leer, como el verbo querer y el verbo soñar, no soporta el imperativo.
Preciosa y contundente, ¿verdad? Analicémosla.
Hablar de la lectura es casi tan importante como el acto de leer: crear debate, preguntar opiniones, compartir emociones que nos ha provocado ese libro, hablar de los personajes…
Desde mi punto de vista, la lectura impuesta es un arma de doble hilo y puede hacer que los niños y niñas relacionen lectura directamente con obligación y, por tanto, aburrimiento.
Ligando esto con la primera parte del artículo, diría que poniendo al alcance todos los recursos de los que disponemos ya estamos haciendo una gran tarea. Estos niños y niñas tienen que tener libros en casa, tienen que tener el carné de la biblioteca pública y tienen que aprovechar todos los recursos lectores que tienen en la escuela. Pero igual que cuando regalamos un juguete a un niño o niña prefiere jugar acompañado, por mucho que pongamos a su alcance un despliegue enorme de recursos, probablemente tendremos que hacer un acompañamiento personal para enseñarle a disfrutarlo y para compartir ese goce. Porque lo que los niños y niñas quieren de nosotros es el tiempo y, si podemos aprovecharlo para de vez en cuando convivir con la lectura, mejor.
En cuanto a la escuela, el debate también está presente y lo que yo hago, a menudo, es pensar en mi niñez. Cada año teníamos que leer el mismo libro todos los niños y niñas de clase y, si no hubiera sido por esta actividad que en su momento a muchos niños nos resultaba tediosa, no me hubiera encontrado con joyas como “Bon viatge, Pitblanc!” de Empar de Lanuza o “Mecanoscrit del segon origen” de Pedrolo, por ejemplo.
Actualmente, trabajo en una escuela que, como parte de su plan lector, hace que las clases de quinto y sexto lleven el nombre de un autor o autora. A principio de curso, cada alumno prepara una presentación sobre un autor o autora que le guste y la comparte con el resto de niños y niñas. Una vez presentados todos los trabajos, se hace una valoración para saber el ganador o ganadora. Luego se revisa su bibliografía, se elige el libro que creemos más adecuado y la escuela lo facilita para que el docente lo lea en voz alta. El pasado curso, el nombre de mi clase fue Agatha Christie y lo que pasó fue maravilloso. La niña que presentó a esta autora era una gran lectora, pero el hecho de leer un capítulo por semana del libro que elegimos, hizo que toda la clase conociera el estilo literario de esta escritora clásica y pudimos trabajar todas las estrategias lectoras antes mencionadas. Una vez acabamos el libro fui consciente de dos cosas:
- La primera es que la lectura en voz alta por parte de un adulto es una herramienta poderosísima y puede llegar a hacer que incluso niños y niñas con déficit de atención se interesen en lo que pasará.
- La segunda es que un par de niños de clase pidieron a las familias que les compraran libros de Agatha Christie y los llevaron al aula para leer en el momento de la lectura individual.
Además, si esto hizo que estos veinticinco niños y niñas vayan por el mundo sabiendo quién es Agatha Christie, ¿podemos considerar que el curso va a ser un éxito a nivel lector?
Este año, mi clase se llama Michael Ende y ahora leo “Momo” en voz alta al alumnado. Tengo que decir que yo no había leído nunca nada de este autor y estoy descubriendo un mundo apasionante que intento transmitir tanto como puedo a mi alumnado porque la experiencia del año pasado me dice que merecerá mucho la pena.
Entonces, ¿les estoy obligando a escuchar una lectura? ¿Son deberes? ¿Es fomento de la lectura disfrazado de imposición? ¿No es una buena práctica?
Supongo que habrá quien piense que los niños y niñas solo tienen que leer lo que a ellos les apetezca. Yo soy más de pensar que, de vez en cuando, si no te ofrecen un producto no puedes saber si te gusta, por tanto, con la lectura se puede hacer lo mismo. Por supuesto, eso de “lee o me enfado” o “tienes que leer porque leer es muy bueno” puede llegar a hacer que los niños y niñas odien la lectura, pero con los recursos que he compartido en este artículo y, sobre todo, dedicando tiempo a hacerlo de una manera mucho menos imperativa o por imposición, seguro que conseguiremos resultados a largo plazo, porque no olvidemos que no es tarea de un día, sino de un periodo de años, y hace falta que llegue a ser prioritario si queremos educar a niños y niñas que se conviertan en adultos reflexivos y libres.
Llenad de libros la vida de los niños y niñas. Padres y madres, cuidadores, leed con ellos y ellas. Haced que un libro sea un regalo de cumpleaños, de santo, de Navidad. Maestros, hablad de libros, luchad por una biblioteca escolar de calidad, interesaros por eso que interesa a vuestro alumnado. Entre todos y todas tenemos una misión maravillosa.